jueves, 30 de julio de 2009

Alas


El cielo es azul. Un azul tan intenso, tan profundo. Entrecierro mis ojos y me parece ver solo este color. Hace una temperatura agradable. Se puede sentir por todos lados que llegó la primavera. Esta estación es por excelencia mi favorita, porque todo se despierta y si no se despierta en primavera, no se despertará jamás. Y esta misma teoría la aplico también al amor.

Tengo todavía una hora de espera y de repente me veo sola en una ciudad que me es tan familiar y que quiero mucho. A veces me asaltan estos sentimientos y en ese momento siento que me crecen las alas y voy a volar, para encontrar un alma que me haga compañía o que yo le acompañe. También ahora sentí que me crecieron mis alas. Abrí el paquete de frutos secos y comencé a picotear.

Sentada ahí frente el mar me transporté al otro lado del planeta, donde la arena también es fina. Donde no se escucha el mar, sino el viento que juguetea con las dunas. Aterricé sin problemas en frente de una jaima. Esta jaima solitaria en el medio del desierto me sorprendió. No tanto por el lugar donde se localiza, sino que nunca imaginé que solo se puede llegar a estar. En un momento se me apretó el corazón, porque me inundó un sentimiento de desesperación.

“Porqué, me tuve que ir justamente al desierto en este viaje?” me pregunté. Normalmente elijo mis vuelos a urbes llenas de gente, ruido, luces, historia, contaminación. Ciudades que visité o que imagino como son. Ahora es la primera vez que me voy donde no hay nada. Sólo una jaima y mucha arena, y quien sabe si hay gente. Parada ahí, regañándome y mirando a mi alrededor, me comencé fijar en los colores.

“El cielo esta igual de azul, como en la playa, y las dunas llegan parecerme rojas.”

“Fue por el cielo, por lo que estoy aquí, ya lo entiendo.” concluí.

“Estoy absolutamente capacitada para resolver problemas de importancia mundial!”

“Se que ahora exagero un poco, pero siento que me es permitido ya que no me escucha nadie!”

De repente de la jaima salió un hombre. Vestido en una túnica azul, con su turbante en la cabeza. Le sonrío en señal de un saludo. Supongo que entenderá que estoy un poco perdida y que vengo en paz. Mis alas se esfumaron, siempre me sucede cuando aparece alguien desconocido. Nadie sabe este secreto mío. Nadie sabe que puedo volar.

El hombre me miró con sus ojos grandes y sonrió también. Sus ojos profundos causaban que me salte la carne de gallina. No he visto nunca ojos así, ojos que se te clavan y tu quedas hipnotizado y no puedes dejar de mirarlos. Parecía embrujada, los pies se me hicieron de plomo.

“Bueno el primer contacto fue realizado con éxito, ahora como puedo comunicar con él?”, pensé.

No era necesario hablar, se acercó y me miró con detención. Observó cada centímetro de mi ente. Se dio vuelta alrededor mío y aspiró el olor de mi pelo. Sonrió de nuevo y ahora pude ver el blanco de sus dientes que contrastaba con el color de su cara. Después se dió media vuelta u se marchó a la jaima.

Me quede ahí parada frente la jaima, esperando que pasará. Parada en el sol, con los ojos entrecerrados mirando al cielo azul. Después de unos instantes, el hombre apareció de nuevo, parecía sorprendido que me ve todavía ahí, en el mismo lugar.

“Así que no estoy loco!” gritó de repente.

“No estoy loco! No estoy loco! Mis sueños se cumplieron, estás aquí!” decía estas frases y se acercaba cada vez más y más. Ya estaba a tres pasos de mi y de repente se paró y extendió sus brazos. En ese momento me percaté que tiene unas manos finas y grandes, unas manos que me recordaban a mi padre. Sus brazos permanecían extendidos y yo no sabía que hacer. Temía que al darle un abrazo mi poder de volar se esfumaría para siempre.

Conseguí dar el primer paso y sentí su mirada en mí. Una mirada muy dulce, de alegría, de paz. Cuando di el segundo paso, su cara se me hizo familiar. Después del tercer paso, nos dimos un abrazo muy largo y fuerte; y me comenzaron a correr las lágrimas por las mejillas. El tiempo se paró para mí y lloré mucho. En ese momento mi alma vació todo lo acumulado durante esos años de vuelos a lugares mágicos, lejanos y con mucho ruido. Sentí como mi habilidad de volar me estaba dejando y como mi corazón se llenaba de paz. El vacío que tenía en el corazón se llenaba de ese color azul y mis lágrimas que han caído al suelo hicieron brotar flores. En un instante había a nuestro alrededor una alfombra de flores de color azul y rojo. En ese momento lo entendí todo, el destino me hizo un regalo mágico, ahora ya tendré un lugar donde volver.

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